Psicoterapia psicoanalítica

Hay momentos en que algo del vivir se detiene.
Un malestar que no encuentra forma, una tristeza que no cesa, un vacío que nada logra colmar. A veces se presenta como un cansancio que no se explica, una sensación de extrañeza frente a la propia vida, una dificultad para sostener los lazos, o una repetición que vuelve una y otra vez al mismo punto, como si algo se repitiera más allá de la voluntad.

Un remedio contra el sufrimiento, las larvas mentales, una vida disconforme y alejada del deseo, la repetición de patrones, el experimentar un profundo vacío, atravesar los diferentes matices de la tristeza, padecer un síntoma, angustias, fobias, crisis existenciales, inhibiciones, rupturas amorosas, inestabilidad emocional, adicciones, traumas, depresiones, trastornos mentales y un centenar de motivaciones más, pueden ser la razón que conduzca a iniciar un proceso de psicoterapia.

El psicoanálisis no busca borrar el dolor ni acallar el síntoma, sino ofrecer un espacio donde ese sufrimiento pueda encontrar palabra, lugar y sentido. En el encuentro con un analista, lo que no anda, lo que se repite, lo que retorna siempre al mismo sitio, puede empezar a ser interrogado. A través de la palabra, el sujeto puede descubrir algo de su deseo —ese deseo que muchas veces queda oculto tras las exigencias, los ideales o el mandato de ser feliz— y abrir así la posibilidad de una vida menos gobernada por el malestar y más cercana a su verdad.

En Clínica Hablada ofrecemos la posibilidad de inscribir tu malestar en el otro; de encontrar tu verdad y tu sentido; de gobernarte frente a tu síntoma o tu trastorno; de empezar a vivir. Todo esto con un equipo clínico competente y éticamente orientado, que trabaja para hacer posible esa experiencia de palabra y de transformación.

Nuestra práctica se sostiene en la tradición del psicoanálisis lacaniano y la escuela francesa, donde se escucha al sujeto en su singularidad, en su modo particular de decir, de callar y de desear. Cada palabra, cada tropiezo, cada silencio, son huellas del inconsciente que se revelan en el lazo transferencial.

Por eso, nuestra clínica es ante todo una clínica de la escucha: una escucha que no juzga, que no clasifica, que no busca adaptar al sujeto a una norma, sino que lo acompaña a descifrar su propio enigma. Escuchamos el síntoma no como un error a corregir, sino como una respuesta que guarda en su núcleo una verdad a descubrir.

Prestamos particular atención a lo que conviene a cada sujeto-paciente, pues no hay tratamiento estándar ni protocolo posible para el sufrimiento humano. Cada encuentro es único. Cada palabra abre un camino distinto.

Nuestra clínica dialoga con el psicoanálisis y, al mismo tiempo, lo interroga. No se aísla de otras corrientes ni de otros saberes, porque, como escribió Montaigne en sus Ensayos, «El hombre, en todo y siempre, no es más que amalgama y mezcolanza». Esa mezcla es también la nuestra: la de una escucha que se nutre de la tradición, pero que se mantiene viva frente a cada historia, cada sujeto, cada vida que busca decirse. Y como nos recuerda Silvia Bleichmar «El psicoanálisis nos enseña que, aunque el pasado no se puede cambiar, siempre es posible resignificarlo y encontrar nuevos sentidos para nuestra vida».

De eso se trata el trabajo analítico: de hacerse leer, de permitir que algo del sufrimiento se transforme en saber, que lo que se repite sin cesar encuentre su límite, y que el vacío —ese vacío que no se llena— pueda volverse un espacio de invención, de creación, de deseo. Porque empezar un análisis no es curarse, sino empezar a vivir de otro modo: más próximo al propio deseo, menos sometido al goce del síntoma, más libre en la relación con uno mismo y con los otros.